Foto: Txus Romón en carrera / Copy: Igor Quijano

El corremontes vasco y todavía recordman de este impresionante recorrido nos cede esta primera entrega sobre su ‘idilio’ con la ruta Pirenaica..

A principios del pasado mes de febrero, en Infotrail nos hacíamos eco de esta noticia:
Carros de Foc ‘reabre’ solo este año su modalidad Skyrunner en su 20 cumpleaños
Una grandísima noticia para los corremontes que aman retarse a bellas, míticas, técnicas y durísimas rutas de verdadera montaña: 55km y 9200 metros de desnivel acumulado por el Parque Nacional d’Aigües Tortes i Estany de Sant Maurici.

En torno a Carros de Foc, muchas historias y experiencias dignas de mención. Una de ellas la que nos propone nuestro amigo Txus Romón. “Habrá que animar a la tropa, Kiel» me dijo…«Adelante, Muchas Gracias», le dije.

Ya lo conocéis. Txus lleva corriendo y compitiendo por montaña desde finales del siglo pasado. Fisioterapeuta de profesión, va sobrado de experiencia, bagaje deportivo, calidad humana, saber estar, sentido común, conocimiento y objetividad. El corremontes vasco es uno de los que mejor conoce el correr y la montaña y por tanto uno de los que más puede aportar a nuestro deporte. Por si esto fuera poco, entre otros brillantes resultados: top 5 en UTMB y recordman absoluto de Carros de Foc en 2009 con unas estratosféricas 9h27’.

En esta primera entrega nos cuenta cómo comenzó su amor con ‘Carros’ y su primera experiencia en este gran recorrido. Corría el año 2007, su crono de 10h20’ fue el mejor todos . Y lo mejor, yendo ‘a vista’, sin conocer la ruta…

Carros de Foc I: El Eslabón Perdido

“Es imposible abstraerse a la situación de excepción en la que nos encontramos y aun así mi única intención es entretener. No es el momento de echar nada en cara a pesar de estrategias políticas oportunistas; tampoco lo es de chupar cámara por la cara. Dos cosas podemos tener bien claras; la una que los gobiernos implicados han actuado con mucha rapidez (ya hablaremos cuando pase todo de cómo les fue en el resto de Europa y mundo) y la otra que si no tenemos suministro suficiente de EPIs es principalmente, porque hoy día todo se fabrica en China. En China.

Estar confinado en casa hoy día es un placer, palabra de vasco hiperactivo. En muchos casos disponemos de aparatos de gimnasia como bici estática o mancuernas y en otros casos con una sencilla esterilla y un poco de imaginación y música nos podemos organizar nuestro propio circuito. Por descontado tenemos acceso a internet, superior al 80% en todo el estado, con pesar para ese 20% que carece de el por motivos generalmente económicos. Personalmente estoy disfrutando como un niño de Google Earth ¡Se puede ver todo el planeta! Por descontado, el macizo más bonito de los Pirineos está perfectamente fotocartografiado, Aigües Tortes y San Maurici. Vámonos de viaje.

Por allí corren los Carros de Foc. Corren o caminan. Carros de Foc es el eslabón perdido entre caminar y correr por la montaña. Caminar rápido y correr despacio. Allí, en uno de sus 9 refugios principales, habitaba un homínido, tan alto como una montaña, más fuerte que un roble, duro como el granito, rápido como un sarrio y misterioso como el Basajaun, el hombre del bosque y la montaña. Se camuflaba entre los humanos como “Enric Lucas”, y guardaba el refugio de Colomina a 2.400m. Un buen día hizo la travesía de los refugios en 10h35’; el trabajo de cuatro jornadas en menos de media. El hombre del bosque y la montaña. Un mito. El Eslabón Perdido.

El valioso forfait de Txus Romón con las horas de paso

Unos cientos de kilómetros más a la izquierda, donde los Pirineos pierden estatura, abundan los bosques y comienza la Cordillera Cantábrica frente al mar, otro Basajaun pateaba su montaña, los Picos de Europa. Un poco mas bajo, algo menos fuerte pero también duro como la caliza y rápido como un rebeco se camuflaba entre los humanos como “Gaizka Itza”. Mi amigo Gaizka. Otro mito. Otro Eslabón Perdido.

Todavía no sé si fue Gaizka o fui yo, pero en nuestro camino se cruzó Carros de Foc. Posiblemente fue en torno a una ascensión exprés a Peña Santa desde Carreña de Cabrales ¿Porque no asaltar la montaña catalana? Estaba decidido, a finales de agosto o primeros de septiembre del año siguiente iríamos a Aigüestortes.

Llegado el momento el guardián del norte, Gaizka, se tuvo que quedar en sus dominios y el guerrero insolente, Txus Romón, marchó en solitario a los Pirineos. El lugar elegido para iniciar el asalto era el Refugio de la Restanca, un nido situado encima de Arties, el pueblo más bonito de la Val d’Aran. Josep Mohedano y su grupo observaban con escepticismo a los soldados, hombres y mujeres, preparándose para la batalla, comentando estrategias, presentando armas y fanfarroneando. Allí coincidí con otro soldado temerario, Aitor Leal; he de reconocer que parte de las claves del recorrido las conocí gracias a él y su gente. El caso es que yo no conocía el recorrido exceptuando los alrededores de Ventosa i Calvell, solo disponía de mi mapa, el altímetro, muchas horas de monte y sobre todo, mucha motivación. La decisión estaba tomada, circularía en sentido antihorario. La estrategia era clara; de todos los refugios saldría gente a partir de las 7 de la mañana y si yo salía un poco más tarde, por el camino iría cazando a los “trazadores”. A la guerra hay que ir con las ideas claras, buenas armas y malas intenciones…

Hasta las 7:45 con el día bien amanecido no arranqué de Restanca. Tirantes, pantalón corto y riñonera con mapa, unas barritas, un chubasquerillo y dinero. Mirando en Earth o Maps, veo el sendero que en aquellos años estaba mucho menos trillado. Aquel día subí hasta el puerto de la Crestada corriendo, sensación de ligereza, frescura… Aquellos maravillosos años. Bajando hacia Ventosa empecé a cazar skyrunners con objetivo sub-24 horas. Pasé por allí como un rayo para afrontar el temido Contraix a 2.750m con sus inconfundibles “cuernos”. Mientras adelantaba gente escuchaba suspiros de asombro; el terreno es realmente técnico con zonas de bloque grande pero aquel día corría, si era necesario saltaba y si no era suficiente volaba. Iba tan rápido que bajando hacia el Llong me olvidé del camino y bajé a derecho; estuve a punto de despeñarme por Les Raspes. Con algún destrepe delicado conseguí llegar abajo para descubrir el sendero original ¡Temerario! Había que poner un poco de cordura en aquel juego y ese momento fue el toque de atención definitivo ¡Cuidado! Esto son los Pirineos salvajes, hasta el punto que un año desapareció un montañero en la zona y tardó varios meses en aparecer…

Estany Llong son las montañas rocosas de Canadá. Espectacular. A partir de allí comenzaba el infierno, el tramo más largo entre refugios para llegar a los dominios del Basajaun. Sin embargo avanzaba fresco y sereno para atrapar entre la collada Dellui y el refugio a Aitor y robarle un poco de su energía; intercambiamos unas palabras de ánimo y seguí saltando entre lagos y la antigua vía minera. Volando. Allí estaba, la casa de madera flotando en el lago de Colomina, la morada del Basajaun. Me acerqué al mostrador con temor, no había nadie… De repente, de un lateral salió el ser mitológico, aquel que dicen que una vez escaló por una pared imposible para el ser humano en compañía de otro humano, durante más de una semana, bebiendo nieve y comiendo piedras. Era cierto; alto y fuerte, de presencia imponente. Mirada dura pero confiada, escrutando al ser que tenía delante. Por fin me atreví a pronunciar alguna palabra; su semblante se volvió más amable y me atendió de manera más cálida. De alguna manera vislumbro que yo no iba a hacer daño a su montaña ni a los espíritus de Carros de Foc. Enric Lucas, el mito, me dio permiso para continuar, sin palabras, solo con la mirada. La calidez del sol al salir del refugio fue la confirmación, la naturaleza estaba de mi parte

.El Blanc es otro refugio idílico, a ras de lago, rodeado de pinos al pie de los Encantats. El camino hasta allí es tortuoso. Mientras bebía, una mujer con voz maternal me dijo “tranquilo, ves tranquilo, disfruta del lugar y el momento”. Creo que podía leer la tensión en mi cuerpo, la fatiga y sobre todo la ansiedad que amenazaba con perderme y alejarme de los espíritus de Carros. Todavía no sé si era una persona real, un hada… Pero me ayudó, me devolvió el equilibrio.

Para llegar a Mallafré y San Maurici hay tres caminos; el clásico Monestero, la vertiginosa Valleta Seca y la atlética canal de aportació. Difícil decisión; el primero es el mejor para disfrutar de la montaña con un esfuerzo sostenido, el segundo requiere de buenas dotes técnicas y el tercero es para correr…

Una vez pasado Mallafré, único punto donde la civilización invade el territorio de los Carros, la pista, una herida en la piel de la montaña, asciende hasta Amitges. En el mapa aparecen senderos que aparentemente llevan directo al refugio. Fue mi elección. Error. Una pesadilla; el sendero desapareció en el bosque húmedo y mi cerebro animal insistiendo en el avance, me llevó a un laberinto. Riachuelos, arriba, abajo, ramas rotas, otro charco, el bosque cerrado… Y los minutos caían, el tiempo se escapaba ¿Me estaba castigando la naturaleza por haber hecho algo indebido? No podía ser, yo contaba con el permiso del guarda… ¡La pista! Milagro, cuando pensaba que estaba todo perdido los arboles se abrieron y llegué a la pista. Amitges era una fiesta, tenían montado un avituallamiento (¡2007!) y me animaron como hooligans avisando por la radio de que un skyrunner iba tan rápido como el mítico Basajaun.

A partir de allí volvió la paz, otra vez diálogo a solas con Aigüestortes, pasar por el inaccesible Saboredo, el gran hotel de Colomers y por fin el último bucle. Saliendo del refugio una trampa en forma de GR-11 sumado a la fatiga estuvo a punto de costarme caro. Tengo pocos recuerdos de este tramo. Recuerdo especialmente la llegada al port de Caldes; en lugar de la Crestada, solo veía un espolón infranqueable, una broma de esas que en la planimetría es imperceptible, pero es real. Dolor, yo no soy un ser sobrenatural como Enric o Gaizka, soy un hombre que sufre y allí bajo el Montardo dejé las últimas partículas de energía, el último aliento para superar la pendiente.

Bajar hasta la Restanca, a casa, fue un acto holístico. Era imposible diferenciar con el tacto de los pies entre la piel de la montaña y la mía propia, ni frío ni calor, el aire era igual fuera que dentro de los pulmones. Vacío…

Bonita imagen que dice mucho del de Muskiz / Copy: Arguiñe Etxabe

¡Increíble! Un pequeño hombre llega a la Restanca, parece aquel que salió hace poco mas de diez horas y cuarto ¡No puede ser! Un simple humano dominando el tiempo. Incredulidad sí, y alegría, alegría compartida. En 10h20’ estaba de vuelta en casa. 15’ minutos menos que el guarda de Colomina, el Basajaun de los Pirineos. En el mostrador del refugio no había dejado de sonar la radio en toda la tarde, me esperaban con incertidumbre porque a medida que pasaba por cada uno de los refugios, parecía que era posible. No sé si era felicidad, pero mi cuerpo al menos estaba satisfecho.

Este tipo de cosas requieren un tiempo de asimilación. No son horas, son días. Nunca he ganado un gran campeonato y sin embargo aquel año el segundo mejor crono de fue Kiku Soler. Un Kiku ya mayorcito, todo un señor Soler. Continuamente he hablado de seres mitológicos. Kiku no lo es. Kiku no es más que un corredor, un hombre de montaña, pero para varias generaciones ha sido el modelo a seguir en esta especialidad. ¿Verdad Kiel? Atleta implacable, persona humana.

Después del baño en la Restanca, durante la cena empezaron las felicitaciones, las preguntas curiosas, un grupo de franceses incitándome a probar el UTMB. Fue muy agradable. Sobre todo, sentía gratitud hacia la gente del Refugio de la Restanca porque nos cuidaron muy bien.
Meses más tarde en una revista, un futuro amigo, me llamó E.T. Años más tarde otro amigo fotógrafo y reportero me decía asombrado que mi mayor merito posiblemente había sido hacerlo “a vista”, sin conocer el recorrido.

Supongo que todas estas cosas, el relato posterior, son las que convierten sucesos normales en historias increíbles. A las siete de la mañana, con mi mochila a la espalda, tras algún abrazo y besos de despedida, emprendí el camino a la civilización. Una persona normal y corriente caminando montaña abajo, sin prisa, con el cuerpo dolorido. Feliz y con una enorme sonrisa. Una sonrisa enorme”.